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LOS DIEZ MANDAMIENTOS - EL MURO PROTECTOR DE DIOS QUE IMPIDE AL HOMBRE CAER

08 - EL SEXTO MANDAMIENTO: NO MATES



ÉXODO 20:13
"No mates."


08.1 - Increíble Pero Verdadero

El primer hombre nacido de una mujer y amado por su padre fue el asesino de su hermano. La Biblia expone este crimen insidioso y la corrupción profundamente arraigada del corazón humano. Todas las personas llevan en su interior las cualidades hereditarias de un asesino. Desde Adán, el hombre ha vivido separado de Dios como un completo egoísta guiado por sus propios deseos y aspiraciones. Inconscientemente piensa que él es el centro de atención y la norma para los demás. Si alguien parece ser más fuerte, más sabio, más piadoso o más bello, lo envidia y lo odia. Cada individuo quiere ser un semidiós para ser admirado y adorado por los demás. Pero el orgullo y la arrogancia son cualidades destructivas.

Jesús llama al diablo "un homicida desde el principio", pues apartó al hombre de su comunión original con Dios. Desde entonces, la muerte ha controlado a la humanidad, "porque la paga del pecado es la muerte". Pero Dios ha proporcionado una vía para que volvamos a Él en virtud de su amor y su justicia. Todo aquel que aproveche la oportunidad de ser salvado, renovado en su mente y de recibir a Dios como el centro de su vida, recibirá hoy la vida eterna. Esto le dará propósito y significado a su vida.

El hombre tiene muchos motivos y razones para matar. Jesús revela que el homicidio es el primero de todos los malos pensamientos que salen del corazón de los hombres (Mateo 15:19). Pero en su santidad Dios se opuso a la mala intención del hombre y le prohibió llevar a cabo sus objetivos cuando ordenó: "No mates". Por lo tanto, todo tipo de homicidio, incluso el suicidio, es contrario a la voluntad de Dios y se considera nada menos que una rebelión abierta contra Dios mismo. Además, si alguien trata mal a los demás, sin importarle que pasen hambre y no les advierte de los peligros inminentes, también entra en la categoría de homicidio. Si alguien hiere a una persona, pone veneno en su comida o anima a otra persona a matarla, se sentará con todos los asesinos en el banquillo del juicio eterno. Incluso si alguien daña a otro y con ello acorta su vida, también es un homicida según la Biblia (Romanos 13:1-18). Dios nos hace responsables de nuestro prójimo para que no podamos evadirnos y decir como dijo Caín: "¿Acaso soy yo el que debe cuidar a mi hermano?".


08.2 - Castigo y Venganza

La sentencia de muerte en el Antiguo Testamento se dictaba como disuasión y cumplimiento de la justicia contra todo homicida y asesino (Éxodo 21:12,14,18). La mayoría de la gente vivía entonces en tribus que proporcionaban una especie de seguridad vital. El miedo a verse envuelto en una sangrienta disputa tribal es un medio de protección para el individuo. La ley "ojo por ojo y diente por diente" determina el tipo de castigo en proporción a la magnitud del daño. Pero la pena se multiplicaría en el caso de matar al jefe de la tribu. Lamec exigió la muerte de 77 personas por matarlo a él (Génesis 4:23-24). Algunas tribus todavía practican esto en el caso de homicidio de cualquiera de sus líderes.

En las culturas semíticas el homicidio es un crimen imperdonable y no puede ser expiado sino con el derramamiento de sangre de un hombre. Perdonar sería injusto. La gente se aprovecha de los sentimientos de culpa de los demás. El odio a un enemigo se prolongaría por generaciones, incluso si se tratara de naciones enteras. Este tipo de pensamiento se ha convertido en algo ajeno al cristiano, tanto en oriente como en occidente. Tenemos una cultura diferente desde que Cristo derramó su sangre para quitar la culpa de todo homicida.

El homicida permanece en un estado de desdicha porque le pesa su culpa. Los espíritus de aquellos a los que mató le persiguen en sus pensamientos o en sus sueños. Una noche, un francotirador de la Segunda Guerra Mundial vio los cráneos de los que había disparado rodando hacia él y sus ojos vacíos le miraban fijamente. Si un asesino vuelve a su pueblo musulmán, incluso después de una generación, debe suponer que le matará el hijo adulto del que asesinó. El homicidio no se paga. Pero no basta con asustar o amenazar a la gente para que deje de matar. Hay que eliminar todos los malos pensamientos de los corazones humanos y sustituirlos por otros nuevos. Jesús conocía las intenciones del corazón del ser humano y con ello sentenció directamente a todos a la muerte cuando dijo: "Nadie es bueno sino solo Dios" (Mateo 19:17; Marcos 10:18; Lucas 18:19). Pero al mismo tiempo, Él cargó con nuestra culpa como asesinos y puso su buen Espíritu en nuestros corazones, que puede renovar nuestras mentes y eliminar los pensamientos de homicidio. Jesús nos da un nuevo corazón y un espíritu recto y hace de nosotros creyentes que pueden obedecer sus mandamientos y amar a nuestros enemigos.


08.3 - Una Perspectiva Cristiana sobre el Homicidio y la Reconciliación

En su Sermón del Monte, Jesús nos enseña que matar el cuerpo no es el único crimen, sino que la calumnia también se considera un homicidio espiritual. Tiene un efecto a largo plazo como el veneno. Cualquier tipo de calumnia, mentira odiosa, amenaza deliberada, contienda amarga, maldición intencionada, traición a la confianza o burla son espiritualmente mortales. Primero envenenan el corazón del que habla estas palabras y luego la mente del acusado. Jesús dijo: "Pero yo les digo que todo el que se enoje con su hermano quedará sujeto al juicio del tribunal. Es más, cualquiera que insulte a su hermano quedará sujeto al juicio del Consejo. Y cualquiera que lo maldiga quedará sujeto al fuego del infierno." (Mateo 5:22). Con esta afirmación, Jesús nos declaró a todos culpables y nos juzgó como personas de mal corazón y espíritu homicida, que merecen el infierno.

Debemos arrepentirnos y reconocer que todos tenemos pensamientos homicidas en nuestros corazones. La ira, la envidia, la persistencia en disputas odiosas, el espíritu vengativo, la crueldad y la brutalidad son emociones y actos que asaltan no sólo a los adultos, sino también a los niños. No es de extrañar que Juan diga: "Todo el que odia a su hermano es un asesino" (1 Juan 3:15). Tenemos que examinarnos honestamente y ver si tenemos algún sentimiento de odio contra una persona y pedir a Dios que elimine completamente nuestro odio. De lo contrario, estos malos pensamientos podrían arraigarse en nuestro corazón y desmoralizarnos. Jesús espera que todos los que recitan el Padrenuestro perdonen completamente a todos, así como Dios ha perdonado todos nuestros pecados. Dios espera que perdonemos. Nuestra voluntad de perdonar nos ayudará a conquistar y nuestra decisión de perdonar superará nuestro deseo de destruir a nuestros enemigos. Puedes estar de acuerdo en perdonar a tu enemigo, pero todavía no puedes olvidar su ofensa. Ten cuidado. En este caso estamos pidiendo a Dios que perdone nuestros pecados, pero no que los olvide. O podemos decir: "Estoy dispuesto a perdonar los pecados de mi amigo y a olvidar su ofensa contra mí, pero no quiero volver a verlo". ¿Quieres venir a Dios, pero no encontrarte nunca con Él o no verlo en absoluto? ¿Quieres que Él te trate de la misma manera que tratas a tu enemigo?

Jesús nos dejó un solo camino para lograr la paz, ya que dijo: "Amen a sus enemigos y oren por quienes los persiguen, para que sean hijos de su Padre que está en el cielo." (Mateo 5:44-45) No podemos vencer nuestro odio si no es por el poder del amor divino presente en esos creyentes con el corazón herido. Por eso, Jesús nos advierte inequívocamente "si no perdonan a otros sus ofensas, tampoco su Padre les perdonará a ustedes las suyas." (Mateo 6:15).

¿Por qué los cristianos pueden perdonar a sus enemigos todas sus ofensas cuando todo pecador debe ser castigado? ¿No escandaliza esta injusticia en el cielo? ¡Así es! Dios no puede dejar ningún pecado sin castigo, como está escrito: " Sin derramamiento de sangre no hay perdón de pecados". Por eso, Jesús cargó con nuestros pecados y llevó el castigo en nuestro lugar. La Palabra de Dios dice: "Él fue traspasado por nuestras rebeliones, y molido por nuestras iniquidades; sobre él recayó el castigo, precio de nuestra paz, y gracias a sus heridas fuimos sanados." (Isaías 53:5). Jesús, el Hijo de Dios, cargó con nuestros propios pecados y con los de todos los burladores y homicidas. Por eso tenemos el privilegio de perdonar los pecados de todos sin excepción. Ya no tenemos el derecho ni el deber de buscar justicia con represalias. En su sufrimiento y muerte sustitutiva, Jesús cumplió todos los requisitos de la justicia divina. Él es nuestra paz. Quien todavía lucha por sus derechos y busca la justicia para sí mismo, se condena a sí mismo. Sólo el amor es el cumplimiento de la ley. Alejarse del amor significa entrar de nuevo en el juicio. Sólo Jesús crea una nueva mente y una nueva voluntad en sus seguidores y les ayuda a perdonar como Dios lo hace.


08.4 - La Religión de la Espada

Todo el que vea la gracia del perdón que concedió Jesús se escandalizará al ver que el islam dicta que la gente busque represalias sangrientas. La guerra santa con asesinatos deliberados es una orden divina islámica. El islam permite el homicidio por la religión y lo convierte en un deber para el musulmán. Mahoma escribió en el Corán: "Tómenlos y mátenlos dondequiera que los encuentren" y "no escojan ningún amigo ni ayudante de entre ellos" (Suras al-Nisa 4:89,91 o al-Baqara 2:191). El Espíritu de Cristo no habla a través de estas palabras, sino el espíritu del "homicida desde el principio".

Mahoma mató a sus propios enemigos, uno tras otro, y se sumó personalmente a 27 ataques. De hecho, dejó que se cavara una fosa común para los judíos de Medina a los que acusó de traición durante la batalla de Khandaq.

Desde la batalla de Badr, todos los musulmanes que matan a sus enemigos en la guerra santa están justificados por las palabras de Mahoma: "No los mataste, sino que Alá los mató. No disparaste, cuando disparaste, sino que Alá disparó" (Sura al-Anfal 8:17). Los musulmanes moderados no aprueban esa interpretación del versículo, pero los terroristas religiosos la utilizan para justificarse ante los tribunales. La revelación de Mahoma justificó todo asesinato durante la guerra santa. Además, quien muere en una guerra islámica contra los infieles va directamente al paraíso, donde le esperan placeres indescriptibles y sensuales. Por otro lado, a un musulmán no se le permite matar a otro musulmán deliberadamente, porque tal homicidio es un pecado imperdonable según la ley islámica. Pero a los adoradores de ídolos y a todos los no musulmanes no se les concede ninguna protección. Matar a los animistas se considera una buena acción que proporciona al asesino recompensas celestiales.

En la ley islámica encontramos un concepto de justicia muy ajeno a nosotros. El alto precio de la sangre derramada, al-dyia, puede reemplazar la retaliación. Pero incluso en los accidentes de tráfico y en los choques de autos, la ley del ojo por ojo, diente por diente surte efecto, legítima o ilegítimamente, en los países que practican la ley islámica. Rara vez es posible el compromiso, ya que la justicia islámica requiere su propio tipo de expiación, que exige que la verdad y la justicia se practiquen sin piedad. Los musulmanes no tienen un sustituto o un Cordero de Dios que establezca una redención eterna. No conocen la gracia de Dios que ha superado las exigencias de la verdad. Por lo tanto, deben ejecutar la ley sin gracia.


08.5 - El Sermón del Monte Contrasta con la Yihad

La vida en el Antiguo Testamento se basaba en la justicia. La ley mosaica abarcaba todos los aspectos de la vida, no sólo las leyes civiles sino también los sistemas religiosos. Por lo tanto, la autoridad religiosa del Estado era necesaria para imponer el pago de la pena por la transgresión de la ley. La guerra religiosa es un resultado inevitable de la comprensión del Antiguo Testamento y del islam sobre la ley y el gobierno. Pero desde que Jesucristo predicó que todos debían amar a sus enemigos, y puso esto en acción, todas las guerras religiosas han perdido su legitimidad divina. Las Cruzadas fueron un pecado y un paso hacia atrás en la relación de la religión con la autoridad política. Jesús no envió a sus apóstoles a predicar el Evangelio armados con espadas. Al contrario, le dijo a Pedro: "Guarda tu espada...porque los que a hierro matan, a hierro mueren" (Mateo 26:52). Jesús fue voluntariamente a la cruz y murió, aunque era justo, y se negó a destruir a sus enemigos con una hueste de ángeles. El Espíritu de Cristo está en total contradicción con el espíritu de Mahoma. Jesús predicó en su Sermón del Monte: "Ustedes han oído que se dijo: “Ojo por ojo y diente por diente”. Pero yo les digo: No resistan al que les haga mal. Si alguien te da una bofetada en la mejilla derecha, vuélvele también la otra." (Mateo 5:38-39). De este modo, Jesús consiguió superar la antigua costumbre, que reivindicaba el derecho a la autodefensa. La debilidad corporal de Cristo en su crucifixión y su poder espiritual de amor, fe y esperanza fueron la única forma de vencer al Diablo, y de cumplir con todas las exigencias de la ley divina.

Un cristiano se enfrenta a una pregunta crítica: ¿Qué debo hacer si me reclutan para el servicio militar y me exigen que use armas modernas y tal vez más adelante luche en una guerra? ¿Qué significa eso para un ciudadano creyente en una gran nación o un miembro de una minoría cristiana en un país que no es cristiano? En diferentes etapas de la historia, distintos creyentes tuvieron diversas respuestas a esta difícil pregunta. Algunos hermanos estaban dispuestos a ser arrojados a la cárcel por sus intenciones pacíficas y a morir como mártires por la causa de Cristo. Otros querían ser obedientes a la autoridad que Dios había puesto sobre ellos. Consideraban que la ley contra el homicidio era una cuestión individual que sólo afectaba a sus vidas personales. Afirmaban que no odiaban a nadie, pero estaban dispuestos a defender a su país. Se esforzaban por amar a sus enemigos y ser fieles a sus gobiernos al mismo tiempo. Consideraban el reino venidero de Dios como un reino espiritual eterno, pero reconocían los reinos preexistentes de este mundo como una necesidad ineludible. Todo el que encuentre dificultades con esta cuestión buscará la guía de Dios con seriedad. Obtendrá la respuesta correcta. Pero tal creyente debe estar en guardia para no menospreciar a los que tomaron la decisión contraria. La responsabilidad por la patria y el hogar es un mandamiento de Dios tan importante como amar a los enemigos.


08.6 - Los Asesinos Modernos

El Sermón del Monte, que contiene una descripción del reino bajo el nuevo pacto, sólo puede ponerse en práctica a nivel personal. Parece que aún no ha llegado el momento de aplicarlo políticamente. Cuando alguien se manifiesta con violencia para lograr la paz, demuestra que ha malinterpretado el Sermón del Monte, exactamente igual que aquellos que, por falsos motivos humanitarios, apoyan el aborto en todo el mundo. Este es el crimen más monstruoso que se ha cometido en la historia. Millones de embriones vivos son asesinados en el vientre materno. Muchas madres y padres llevan el aguijón del homicidio en sus conciencias. Vivimos en una generación de homicidas y, sin saberlo, formamos parte de ella.

Decenas de miles de personas se ven implicadas en accidentes de tráfico, no por casualidad ni por culpa de la tecnología moderna, sino por la embriaguez, la conducción por encima del límite de velocidad o el cansancio. Si queremos cumplir el sexto mandamiento, debemos considerar los accidentes de tráfico como un homicidio y tratar de cambiar persistentemente nuestra forma de conducir los automóviles. Tenemos que conducir nuestros coches con autocontrol humilde, buscando la protección de Dios y pidiéndole que nos dé paciencia.

Vivimos en una época de contaminación ambiental, en la que el aire, el agua y los alimentos están envenenados. Tal vez las plagas de Dios puedan reducirse si cuidamos de nuestro entorno y elevamos la mirada a Dios, preguntándole cómo vivir debidamente. Así preservamos nuestro mundo y nos esforzamos por no destruirlo nosotros mismos.

Comer en exceso es una forma oculta de suicidio a la que se entregan miles de personas en nuestras sociedades lujosas, matándose poco a poco. Otros se entregan a los abusos sexuales y arruinan su cuerpo, su alma y su espíritu. Quien es celoso o egoísta sufre depresión y soledad, lo que acorta su vida. También el exceso de trabajo, la inquietud y el maltrato a uno mismo son autodestructivos. El sueño irregular y la vida descuidada son pecados contra el propio cuerpo porque pertenecemos a Dios, no a nosotros mismos.

Jesús nos enseñó la abnegación, no la autorrealización, cuando dijo: "Si tratas de aferrarte a la vida, la perderás, pero si entregas tu vida por mi causa, la salvarás." (Mateo 16:25). Pablo subraya: "Pues el reino de Dios no se trata de lo que comemos o bebemos, sino de llevar una vida de bondad, paz y alegría en el Espíritu Santo." (Romanos 14:17). La vida espiritual regular produce una vida física regular y va acompañada de la paz del corazón y de la mente.

El sexto mandamiento prohíbe toda clase de homicidios y nos anima al mismo tiempo a seguir haciendo obras de amor. Trata de despertar en nosotros la compasión por los que viven en la mendicidad. No debemos pasar por delante de un necesitado como si no lo viéramos, sino dedicarle tiempo y ayudarle en la medida de lo posible. Jesús, el amor de Dios encarnado, nos mostró cómo aplicar este mandamiento en la práctica. Su Espíritu nos guiará si le pedimos sabiduría. Es Jesús quien puede convertir a los homicidas en hijos de su amor y les ayuda a rescatar a los perdidos para su sanidad espiritual también. Esto sucederá cuando les indiquemos al Médico de todos los médicos, Jesús, que los renueva y santifica desde dentro y transforma el alma homicida que hay en ellos en una alma servicial y amorosa.

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