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4. Conclusión del evangelio de Juan (Juán 20:30-31)
JUÁN 20:30-31
30 Jesús hizo muchas otras señales milagrosas en presencia de sus discípulos, las cuales no están registradas en este libro. 31 Pero estas se han escrito para que ustedes crean que Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios, y para que al creer en su nombre tengan vida.
Al final de este capítulo, llegamos a la última etapa de lo que el propio Juan escribió. El escritor piadoso y evangelista anunció el surgimiento de la luz de Dios en las tinieblas que no la divisaban. Pero a todos los que lo recibieron, les dio el derecho de convertirse en hijos de Dios, los que creen en él. El gran evangelista nos llevó a las profundidades de la comunión divina en la persona de Jesús. Nos representó la muerte y la resurrección de Cristo para que creamos en él y lo veamos vivir con nosotros.
En resumen, el apóstol establece cuatro principios para dejarnos clara la esencia de su evangelio y el objetivo de su escrito.
Juan no escribió volúmenes para cubrir todos los dichos y hechos de Jesús. De lo contrario, habría tenido que escribir varios tomos. Seleccionó aquellas señales y discursos que destacaran la inigualable personalidad de Jesús. Su escrito no fue al dictado del Espíritu de Dios, como si se tratara de un soplo escuchado inconscientemente. Más bien se encargó, inspirado por el Espíritu Santo, de seleccionar los acontecimientos destacados y retrató con amor al Cordero de Dios que lleva el pecado del mundo, una víctima inmolada.
Juan escribió este evangelio para que discernamos que el hombre Jesús de Nazaret sencillo y despreciado es el Cristo prometido y el Hijo de Dios al mismo tiempo. Con estos dos títulos, satisfizo los anhelos de los judíos en la época del Antiguo Testamento. Así, juzgó a su nación que crucificó al hijo prometido de David. El hombre Jesús confirmó al verdadero Cristo como Hijo de Dios. El gran amor de Dios y su santidad intachable es irreprochable y aún es rechazada por cualquier persona de buena voluntad. Juan glorifica a Jesús magníficamente. Su retrato de Jesús para nosotros es incomparable para que nos demos cuenta del amor del Hijo de Dios, que se hizo hombre para que fuéramos hijos de Dios.
Juan no quiere crear en nosotros sólo una aceptación de credo, sino un vínculo con el Hijo de Dios. Como Jesús es Hijo, Dios se convierte en nuestro Padre. Como el Altísimo es nuestro Padre, puede engendrar muchos hijos, llenos de su vida eterna. El nuevo nacimiento a través de la sangre de Cristo y el Espíritu en nosotros, esa es la meta del evangelio de Juan. Entonces, ¿has nacido espiritualmente o sigues muerto en pecados? ¿Mora la vida de Dios en ti o estás desprovisto de su Espíritu Santo?
El segundo nacimiento se completa con la fe en el Hijo de Dios. El que confía en él recibe la vida divina. Tenemos esta vida en una relación permanente con él por la fe. El que permanece en Jesús, encontrará que Jesús permanece en él. Tal creyente crecerá en Espíritu y verdad y los frutos de la vida divina florecerán en él. La vida eterna es el amor de Dios que nos impulsa a llevar a muchos a la fe en Jesús para que lo amen y permanezcan en él y él en ellos siempre.
ORACIÓN: Señor Jesús, te damos las gracias por el evangelio tal y como lo grabó tu evangelista Juan. Por medio de este libro único percibimos tu majestad y tu verdad. Nos inclinamos ante ti con alegría porque nos has llevado a la fe en ti y nos has hecho nacer de nuevo por la gracia. Fíjanos en tu comunión para amarte guardando tus mandamientos. Que demos testimonio público de tu nombre para que nuestros amigos confíen en ti y reciban vida abundante por la fe.
PREGUNTA:
- ¿Qué explica Juan en la conclusión de su evangelio?